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VILLA LA ANGOSTURA - NEUQUEN - PATAGONIA ARGENTINA
6 ago 2015
27 sept 2013
RESULTADO DEL CONCURSO DE RELATOS CORTOS
Primer Premio:
Título: Ella y Yo
Autor: Silvina Tizzano
Ella y Yo
La
veía todas las mañanas a través de la ventana, o cuando salía de
su casa con el ceño fruncido, apurada por alguna situación urgente.
A veces se quedaba mirando a la nada, a la montaña, a un árbol, al
pasto quemado por la helada.
Allá
por el 2011 abrió la puerta de la casa, pasmada y congelada por el
espectáculo que se presentaba ante sus ojos, se agarraba la cabeza
con una mano, y con la otra secaba sus lágrimas. El panorama era
desolador... Yo no voy a contar mis penurias después de la
explosión, pero esa imagen era el sentir de todos, no la pude borrar
de mi cabeza. Ella sola, parada entre las cenizas, con una pala en la
mano comenzó a cavar. Lenta y constante llenaba de arena una y otra
vez la vieja carretilla.
Me
acuerdo del chirrido de la rueda, de cómo sus músculos se tensaban
y su rostro reflejaba el enorme esfuerzo que hacía.
Día
tras día, abría la puerta de su casa y miraba el jardín gris y
ceniciento. Día tras día comenzaba la dura tarea, gimiendo su
angustia.
Así,
logró retirar una cantidad suficiente de cenizas, como para poder
ver un surco de tierra, húmeda y negra. Se arrodillo y extendió la
mano, tocó el suelo, desgranaba entre sus dedos los terrones de
tierra, la olía, la sentía, la vivía.
Fue
la primera vez que me acerqué a ella. Yo también pisé la tierra
liberada. También sentí su olor inconfundible, de raíz y de vida.
Nos
miramos un instante sin decir nada. Todavía estaba arrodillada sobre
la tierra y se incorporó lentamente sin sacarme la vista de encima.
Se la notaba cansada, exhausta. Pude ver las ampollas en sus manos
sucias, y aún a pesar de su dolor y cansancio, me sonrió.
Me
dejó solo un rato para que disfrutara yo también de la vida que
volvía a palpitar bajo mi cuerpo. Del contraste de colores y olores
que su esfuerzo había generado.
Traté
de visitarla todas las veces que pude, porque cada vez que ella
intentaba reconstruir sobre la destrucción, yo aliviaba mi dolor.
Solamente yo lo comprendía, ella no lo podía saber, o quizás lo
sospechaba, porque me daba cuenta de que me miraba de reojo sin dejar
de mover la pala, entre suspiro y suspiro. La tierra nos unía,
habíamos formado un vínculo que se sostenía más allá de esos
instantes en que nos uníamos.
Nos
volvimos a encontrar y reencontrar varias veces. Ella trabajaba con
la pala y yo me acercaba a cierta distancia mirando su rostro. Cada
vez que liberaba alguna planta le limpiaba las hojas, la
acariciaba... Un chilco, un helecho, un michay, a todas le dedicaba
su atención. En esas ocasiones me convidaba un poco de agua y nos
quedábamos en silencio mirando el verde.
Así
pasaron los meses. Yo la visitaba más seguido a medida que el pasto
volvía a asomar en su jardín. Su rostro había cambiado, sonreía,
cantaba y bailaba asistida por un rastrillo oxidado.
Y
yo la miraba feliz, desde algún ciprés cercano, desde alguna rama
del enorme radal, o buscando algún gusano para comer, o abriendo mis
alas alrededor de ella, volando entre los rayos del sol que la
iluminaban, que me iluminaban, haciendo que nuestras vidas fueran
cada vez más dichosas.
Segundo Premio:
Título: El zorzal en mi ventana
Autor: Natalia María Herrera
-“La Si Do ..La Si Do…La Si…”- arrullé pidiendo auxilio con mi arpita débil de pánico y frío.
Mis primos, obedientes a las leyes del atardecer, ya se habían dirigido a sus clases de canto con sus respectivas tías mayores.
A lo lejos, y muy alto como para pedirles ayuda, vi pasar la bandada de bandurrias en su perfecta formación en flecha, hacia el acantilado oscurecido en tenebroso púrpura dorado.
Tironée una vez más de mi capita verde esmeralda, y una impía gota de hielo blanco se clavó entre mis pétalos de plumas azules, trabándome definitivamente entre dos tejuelas astilladas.
Intenté nuevamente con todos mis bríos el infinito que tanto había practicado con mi madre, pero fue inútil… el oval movimiento sólo lograba fatigarme hasta la desesperación.
Mis otrora asombrados ojitos negros, se entornaban reconociendo a pocos metros, nebuloso entre el helado vaho, el coqueto bebedero invertido de flores falsas, colgado del dintel, que tanto me había seducido con su almibar adictivo.
Volví a darme impulso para lograr llegar a su exquisita meta, reponer mis energías y así intentar llegar a reunirme con los míos, pero el agotamiento calló mi canto y mis fuerzas.
Pasó a mi lado una hadita lila, tan ensoñada en su aventura amorosa, que sólo tenía ojos para el duende que la escoltaba. Pasé tan desapercibido como el orificio de una flauta…
Un par de angelitos disfrazados de nubes, me saludaron compinches desde el cielo, con sus manitas pomposas. Creyendo que yo estaba jugando a las escondidas, siguieron su marcha silenciosa hamacados por el viento del sur.
Un último quejumbroso “La Si Do” se me fue apagando con el dolor de la desesperación.
Unos bichitos de luz curiosos, se asomaron entre las astillas, pero volaron a refugiarse ante el peso cruel de los primeros copos.
-“Mirá mamá! Empezó a nevar!!!”- asomó su sonrisa dulce una niñita rubia, descorriendo las cortinas de abajo del alero en el que me encontraba aprisionado.
-“Mamá! Mirá! Qué es eso???”
No me atreví ni a mover mi tiesa colita espigada, tratando de pasar desapercibido ante su mirada curiosa, recordando de golpe la anécdota de mi abuelo cuando lo midieron con una vara de madera con rayitas y números, catalogándolo entre los de la especie de siete centímetros. Por suerte, en un descuido, pudo escapar veloz por una ventana, y así advertirnos a todos los de su familia y vecinos, el evitar merodear por aquellos lares.
-“Candela, apagá la luz, que ya es hora de dormir.”
-“No mamá, vení a ver… “
-“Cande, mañana jugaremos a armar el muñeco de nieve, pero ahora, a descansar!”
-“Mamá! Por favor! Tenemos que ayudarlo… afuera hay un colibrí llorando…”
Enternecida ante la piadosa súplica, la madre buscó la linterna, y juntas, anudándose las batas de abrigo, salieron a investigar los tenues gemidos de agonía.
Al descubrirme, encogido como un capullo avergonzado, dudaron si aún latía mi corazoncito de campana congelada.
El padre alcanzó una escalera, y sus tibias manos, encerraron mi aliento, al desprenderme con la suavidad del cobijo. Me armaron una cajita de zapatos a modo de nido, y cerca de una hornalla encendida, admiraron mi valentía dormida.
-“¿Está muerto?!” –angustiada, Candela me inspiraba a no desfallecer ante mi tremendo agotado susto.
Un par de largos dedos maternales acariciaron mi cabecita húmeda de espantada desconfianza, pero enseguida reconocí las fuerzas del amor dándome esperanzas.
-“Parece petrificado”-sentenció el padre, sin reconocer mi pánico oculto bajo el plumaje despeinado.
-“Capaz que tiene hambre!”- Candela acercó a mi tembloroso piquito, un enorme grisín embebido en leche, pero desconocí la golosina ofrecida.
-“Dejémosle descansar… mañana seguramente estará repuesto, y ya veremos que hacer con él… Ahora vamos todos a la cama!”- propuso la mamá.
-“Puede dormir conmigo? Puedo llevar la cajita a mi habitación?”
-“Claro! Así le compartís tus cálidos sueños con el rocío del amanecer…”
-“Le puedo tapar con una frazada?”
-“No Candela, le pesaría mucho sobre las alitas dañadas.”
-“Pero… y si se despierta y se quiere ir volando…?”
-“ Seguramente, eso es lo que él querrá! Y está bien, que así sea… Qué sentirías vos, si te despertaras en una cunita ajena, en una cueva de gnomos gigantes?”
-“Ay!!! Tendría mucho miedo!...”
-“Exactamente así, es cómo él se siente ahora… por eso, shhh….. deséale buenas noches con toda la fuerza de tu amor, y la Naturaleza hará el resto… Ahora, apaga la luz….”
Al alba, mis secos golpecitos en el cartón, anunciaron mi sed y mis deseos de agradecida despedida.
La pálida niña asomó su regordeta ñata por entre el libro con el que me había encerrado a modo de tapa, y reconociéndome, me regaló su primera fresca sonrisa.
-“Está vivo! Mamá! Está vivo!!!”
Su alegría despertó mi ánimo renovado y salté ensayando unos pasitos de vals dentro de mi limitada caja.
-“¿Qué le gustará desayunar?”
-“Ahora lo sabremos. Abre tu ventana, y él solito, irá a elegir sus propios manjares…”
-“Pero má!...”- intentó retenerme. Sabiendo de la inutilidad de oponerse a las verdades de su madre, abrió los postigones de su corazón, para devolverme el precioso don de la Libertad.
Un olor a pronta primavera había borrado las huellas de la tenue nevada.
Un rayo primerizo hacía eco en el néctar transparente del bebedero pendiente entre la enredadera de yemas rosas recién despertadas.
Tentado por la sabrosa invitación a la delicia, recordé mi desventura de la tarde anterior.
Medité erguido sostenido entre mis trescientas vibraciones por minuto, observándolo con calmo juicio, desde una prudente distancia, recorriéndolo alrededor desde distintas alturas y puntos de vista, asegurándome de no volver a enredarme en alguna trampa.
-“Miren!!! Allá está mi hermano! Es él!!!” –reconocí el piar familiar, junto a dos o tres de mis primos, acercándoseme felices de reencontrarme.
Orgulloso, les mostré mi sabroso descubrimiento, invitándolos a compartirlo introduciendo las espadas de nuestros picos de a uno por vez.
Saciadas nuestras curiosidades, volamos cual saetas en dirección al sol, de regreso a nuestro nido de musgo protector.
La tibieza del día, me alentó a avanzar con cuidado en el prodigio de la Vida!
Mención especial:
Titulo: El Pájaro Carpintero del C.P.E.M. N° 17
Autor: Ticiana Cornelo (8años)
Título: El zorzal en mi ventana
Autor: Natalia María Herrera
El zorzal de mi
ventana.
Cuántos
de nosotros ha escogido estos recovecos para escapar de la
desquiciada ciudad y volver a saborear momentos de naturaleza. De las
pocas cosas que extraño de mi ciudad natal se encuentran: el
jacarandá florecido en un día nublado y melancólico tapizando su
lecho de violeta azulado y el canto de los zorzales en vísperas de
la lluvia.
En
aquella ciudad, recuerdo que tras una tormenta, un zorzal permaneció
sobre las rejas de mi ventana toda una tarde. Había llegado con sus
plumas fuera de lugar. Su principal enemigo eran los gatos y
seguramente optó por recuperarse de, lo que yo imagino, una odisea
en semejante tormenta porque nuestro perro le servía de buen
centinela.
Curiosamente,
en mi ahora nuevo patagónico escondite, descubro que también cuento
con la lluvia para equilibrar mi temple y con los zorzales.
A
diferencia de los rioplatenses, los zorzales patagónicos no cantan
como aquellos, pero condimentan el parque de mi morada. Los días de
lluvia se reúnen todos para repasar los charcos en busca de sus
trofeos. Y me observan desde afuera. Uno a uno, se alimentan de los
frutos de los sorbus junto a los ventanales.
Después
de la erupción, uno de ellos adoptó la intrigante costumbre de
golpear la ventana. Como habíamos comenzado la limpieza de la arena
volcánica, muchas isocas emergían del suelo. Un banquete para
varios plumíferos, entre ellos mis viejos amigos.
Al
principio pensamos que este zorzal veía algún reflejo en la ventana
que lo hacía saltar de la rama para intentar atrapar algo en el
vidrio. Luego conjeturamos que era para despertarnos e incentivar el
trabajo de la limpieza en el parque. Siempre era el mismo; de eso
estábamos seguros. El mismo atrevido zorzal que todas las mañanas
de los días sábados y domingos me despertaba cuando había dejado
la radio sin programar.
Muchas
aves golpeaban contra la ventana. Aún lo siguen haciendo. Los
colibríes en el torbellino de sus peleas territoriales suelen
dispararse contra los vidrios. En algunos casos desafortunados les
cuesta la vida. Las catas también suelen golpearse cuando realizan
una maniobra incorrecta al seguir su familia.
Toda
cambió en un hermoso día gris. Nos estábamos preparando para un té
con algo dulce. Como todos los domingos, ya nos habíamos rendido.
Habíamos iniciado los rituales para comenzar la semana, cuando un
fuerte golpe impactó nuestra rutina. Nuevamente un pájaro había
golpeado el vidrio. Rápidamente nos acercamos a la ventana para ver
el ejemplar y salir corriendo a rescatarlo de los dientes del perro y
de la gata. Pero alguien había llegado antes. Un ave negra más
grande se abalanzó y se posó sobre lo que pudimos distinguir: un
zorzal. El predador dirigió su vista hacia nosotros y tomó un gran
envión para salir volando con su presa en sus garras sobre un ciprés
cercano. Allí, empezó a devorar su caza. Ella saboreaba su
recompensa, a nosotros nos costaba tragar.
Ese
día, la naturaleza se abalanzó sobre mi. Lo que había sido mi
ruiseñor fue consumido por la realidad del ciclo de la vida. No más
conjeturas, no más intrigas, no más miradas. Nunca más volví a
sentir el golpeteo de aquel zorzal sobre mi ventana.
Tercer Premio:
Título: La Si Do
Autor: María Viegas
La
Si Do
-“La Si Do ..La Si Do…La Si…”- arrullé pidiendo auxilio con mi arpita débil de pánico y frío.
Mis primos, obedientes a las leyes del atardecer, ya se habían dirigido a sus clases de canto con sus respectivas tías mayores.
A lo lejos, y muy alto como para pedirles ayuda, vi pasar la bandada de bandurrias en su perfecta formación en flecha, hacia el acantilado oscurecido en tenebroso púrpura dorado.
Tironée una vez más de mi capita verde esmeralda, y una impía gota de hielo blanco se clavó entre mis pétalos de plumas azules, trabándome definitivamente entre dos tejuelas astilladas.
Intenté nuevamente con todos mis bríos el infinito que tanto había practicado con mi madre, pero fue inútil… el oval movimiento sólo lograba fatigarme hasta la desesperación.
Mis otrora asombrados ojitos negros, se entornaban reconociendo a pocos metros, nebuloso entre el helado vaho, el coqueto bebedero invertido de flores falsas, colgado del dintel, que tanto me había seducido con su almibar adictivo.
Volví a darme impulso para lograr llegar a su exquisita meta, reponer mis energías y así intentar llegar a reunirme con los míos, pero el agotamiento calló mi canto y mis fuerzas.
Pasó a mi lado una hadita lila, tan ensoñada en su aventura amorosa, que sólo tenía ojos para el duende que la escoltaba. Pasé tan desapercibido como el orificio de una flauta…
Un par de angelitos disfrazados de nubes, me saludaron compinches desde el cielo, con sus manitas pomposas. Creyendo que yo estaba jugando a las escondidas, siguieron su marcha silenciosa hamacados por el viento del sur.
Un último quejumbroso “La Si Do” se me fue apagando con el dolor de la desesperación.
Unos bichitos de luz curiosos, se asomaron entre las astillas, pero volaron a refugiarse ante el peso cruel de los primeros copos.
-“Mirá mamá! Empezó a nevar!!!”- asomó su sonrisa dulce una niñita rubia, descorriendo las cortinas de abajo del alero en el que me encontraba aprisionado.
-“Mamá! Mirá! Qué es eso???”
No me atreví ni a mover mi tiesa colita espigada, tratando de pasar desapercibido ante su mirada curiosa, recordando de golpe la anécdota de mi abuelo cuando lo midieron con una vara de madera con rayitas y números, catalogándolo entre los de la especie de siete centímetros. Por suerte, en un descuido, pudo escapar veloz por una ventana, y así advertirnos a todos los de su familia y vecinos, el evitar merodear por aquellos lares.
-“Candela, apagá la luz, que ya es hora de dormir.”
-“No mamá, vení a ver… “
-“Cande, mañana jugaremos a armar el muñeco de nieve, pero ahora, a descansar!”
-“Mamá! Por favor! Tenemos que ayudarlo… afuera hay un colibrí llorando…”
Enternecida ante la piadosa súplica, la madre buscó la linterna, y juntas, anudándose las batas de abrigo, salieron a investigar los tenues gemidos de agonía.
Al descubrirme, encogido como un capullo avergonzado, dudaron si aún latía mi corazoncito de campana congelada.
El padre alcanzó una escalera, y sus tibias manos, encerraron mi aliento, al desprenderme con la suavidad del cobijo. Me armaron una cajita de zapatos a modo de nido, y cerca de una hornalla encendida, admiraron mi valentía dormida.
-“¿Está muerto?!” –angustiada, Candela me inspiraba a no desfallecer ante mi tremendo agotado susto.
Un par de largos dedos maternales acariciaron mi cabecita húmeda de espantada desconfianza, pero enseguida reconocí las fuerzas del amor dándome esperanzas.
-“Parece petrificado”-sentenció el padre, sin reconocer mi pánico oculto bajo el plumaje despeinado.
-“Capaz que tiene hambre!”- Candela acercó a mi tembloroso piquito, un enorme grisín embebido en leche, pero desconocí la golosina ofrecida.
-“Dejémosle descansar… mañana seguramente estará repuesto, y ya veremos que hacer con él… Ahora vamos todos a la cama!”- propuso la mamá.
-“Puede dormir conmigo? Puedo llevar la cajita a mi habitación?”
-“Claro! Así le compartís tus cálidos sueños con el rocío del amanecer…”
-“Le puedo tapar con una frazada?”
-“No Candela, le pesaría mucho sobre las alitas dañadas.”
-“Pero… y si se despierta y se quiere ir volando…?”
-“ Seguramente, eso es lo que él querrá! Y está bien, que así sea… Qué sentirías vos, si te despertaras en una cunita ajena, en una cueva de gnomos gigantes?”
-“Ay!!! Tendría mucho miedo!...”
-“Exactamente así, es cómo él se siente ahora… por eso, shhh….. deséale buenas noches con toda la fuerza de tu amor, y la Naturaleza hará el resto… Ahora, apaga la luz….”
Al alba, mis secos golpecitos en el cartón, anunciaron mi sed y mis deseos de agradecida despedida.
La pálida niña asomó su regordeta ñata por entre el libro con el que me había encerrado a modo de tapa, y reconociéndome, me regaló su primera fresca sonrisa.
-“Está vivo! Mamá! Está vivo!!!”
Su alegría despertó mi ánimo renovado y salté ensayando unos pasitos de vals dentro de mi limitada caja.
-“¿Qué le gustará desayunar?”
-“Ahora lo sabremos. Abre tu ventana, y él solito, irá a elegir sus propios manjares…”
-“Pero má!...”- intentó retenerme. Sabiendo de la inutilidad de oponerse a las verdades de su madre, abrió los postigones de su corazón, para devolverme el precioso don de la Libertad.
Un olor a pronta primavera había borrado las huellas de la tenue nevada.
Un rayo primerizo hacía eco en el néctar transparente del bebedero pendiente entre la enredadera de yemas rosas recién despertadas.
Tentado por la sabrosa invitación a la delicia, recordé mi desventura de la tarde anterior.
Medité erguido sostenido entre mis trescientas vibraciones por minuto, observándolo con calmo juicio, desde una prudente distancia, recorriéndolo alrededor desde distintas alturas y puntos de vista, asegurándome de no volver a enredarme en alguna trampa.
-“Miren!!! Allá está mi hermano! Es él!!!” –reconocí el piar familiar, junto a dos o tres de mis primos, acercándoseme felices de reencontrarme.
Orgulloso, les mostré mi sabroso descubrimiento, invitándolos a compartirlo introduciendo las espadas de nuestros picos de a uno por vez.
Saciadas nuestras curiosidades, volamos cual saetas en dirección al sol, de regreso a nuestro nido de musgo protector.
La tibieza del día, me alentó a avanzar con cuidado en el prodigio de la Vida!
Titulo: El Pájaro Carpintero del C.P.E.M. N° 17
Autor: Ticiana Cornelo (8años)
“EL
PÁJARO CARPINTERO DEL C.P.E.M. Nº 17”
Había
una vez un pájaro carpintero de hermosos colores, que vivía en un
pequeño nido que había construido en el techo del CPEM 17,
escondiendo sus cinco huevos de los malos halcones.
Un
día al anochecer, el pájaro carpintero, ya cansado, se durmió y
soñó que era una persona que estaba haciendo un examen de biología
y como el examen era sobre carpinteros se sacaba un 10, y se despertó
de la emoción, pero la emoción terminó cuando cuatro de sus huevos
ya no estaban en el nido. Agarró con sus alitas el que quedaba y
salió a buscar los otros que los encontró navegando, por una
arroyito, los sacó, los secó, los cubrió y los llevó de nuevo a
casa…
Colorín
colorado, éste cuento se ha terminado.
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